sábado, 4 de noviembre de 2023

Una esperanza...

Esperanza que no nos defrauda.



Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia;y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado. 

Romanos 5:3-5



Nuestra posición en la esfera de la gracia no es pasajera; allí estamos firmes, pues es Cristo el que sostiene esa promesa.


Los creyentes en Cristo, pueden disfrutar de la paz con Dios y del glorioso futuro que les espera en la presencia de él. Pero, ¿cómo deben reaccionar a las experiencias de la vida cotidiana que frecuentemente son adversas y difíciles? Deben gloriarse en las tribulaciones. La palabra “gloriarse” es Kauj̱ōmetha, la misma del v. 2. “Tribulaciones” es la palabra thlipsesin, “aflicciones, angustias, presiones”. Santiago escribió algo semejante: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas” (Stg. 1:2). Esto es más que resistencia estoica a las dificultades, aunque la fortaleza o constancia es el primer efecto lateral de una reacción en cadena producida por las aflicciones. Es gloriarse espiritualmente en el infortunio sabiendo (de oida, “conocer por intuición o percepción”) que el resultado final de la reacción en cadena (que comienza con la aflicción) es la esperanza. Las tribulaciones nos traen paciencia (jypomonēn, “perseverancia”, que es la virtud de resistir las dificultades sin rendirse; cf. Ro. 15:5–6; Stg. 1:3–4). Sólo un creyente que haya enfrentado la adversidad puede tener perseverancia. Esta, a la vez, desarolla el carácter (dokimēn, [prueba] contiene la idea de “carácter probado”), que, a su vez, produce esperanza. Mientras los creyentes sufren, desarrollan la constancia; esta cualidad templa su carácter; y un carácter fortificado y probado, produce esperanza (confianza) en que Dios estará con ellos mientras dure la prueba.


La esperanza del creyente, debido a que está centrada en Dios y en sus promesas, no le avergüenza (NVI: “decepciona”). “Decepcionar” o “avergonzar” en este caso quiere decir “avergonzar debido a una decepción” relacionada con promesas no cumplidas. Esta afirmación hecha con respecto a la esperanza en Dios es una reflexión de Salmos 25:3, 20–21 (cf. Sal. 22:5; Ro. 9:33; 1 P. 2:6). La razón por la que esta esperanza (resultado final de la aflicción) no decepciona, es que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. El amor de Dios, tan abundante en el corazón del creyente (cf. 1 Jn. 4:8, 16), le anima a perseverar en su esperanza. Este amor es derramado por (mejor, “por medio de”, dia con el genitivo) el Espíritu Santo que nos fue dado. El Espíritu Santo es el agente divino que expresa al creyente el amor de Dios para con él. La realidad del amor de Dios en el corazón del creyente le brinda seguridad, o garantía, de que su esperanza en Dios y en su promesa de gloria tiene su objeto correcto y no fallará. Este ministerio del Espíritu Santo se relaciona con su presencia en el creyente como sello de Dios (Ef. 4:30), en calidad de arras o de garantía de la herencia de gloria (2 Co. 1:21–22; Ef. 1:13–14). Más tarde, Pablo escribió que el Espíritu Santo ha sido derramado en los creyentes (Tit. 3:6). Cada creyente tiene el Espíritu de Cristo (Ro. 8:9) en el sentido de que el Espíritu Santo mora en Cristo (cf. 1 Jn. 3:24; 4:13).






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