lunes, 18 de julio de 2011

Con amor Dios nos busca


Con esta historia tratamos de ejemplificar el amor que tiene Dios por nosotros.

 Con amor Dios nos busca



Eric Hill tenía todas las cosas que se necesita para un futuro brillante. Tenía veintiocho años y un grado académico reciente, con una estructura atlética y una suave sonrisa. Su familia lo amaba, las chicas lo observaban y algunas empresas lo invitaban a trabajar. Aunque exteriormente parecía sereno, se sentía atormentado interiormente. Atormentado por voces que no podía acallar. Lo incomodaban imágenes que no podía evitar. Luego, esperanzado en escapar de todas ellas, huyó. En un día lluvioso y gris en febrero de 1982, Eric Hill salió por la puerta trasera de su casa en Florida y no regresó.

Su hermana Debbie recuerda haberlo visto partir, y con su elevado porte salir sin rumbo por la interestatal. Creyó que volvería. No lo hizo. Esperaba que llamara. No lo hizo. Pensó que podría encontrarlo. No pudo. Donde estaría Eric, sólo Dios y Eric lo sabían, y ninguno lo daba a conocer. Lo que sabemos es que Eric oía una voz. Y esa voz era una «tarea». La asignación era recoger basura a lo largo del camino en San Antonio, Texas.

Para los viajeros de la interestatal 10, su delgada forma y rostro barbudo llegó a ser familiar. Su casa era un hoyo en un lote vacante. Su guardarropa consistía en unos pantalones rajados y una camiseta rota. Un viejo sombrero aminoraba el sol de verano. Una bolsa plástica sobre los hombros le suavizaba el frío invernal. Su piel curtida y hombros inclinados hacían que luciera el doble de los cuarenta y cuatro años que tenía. Pero, dieciséis años al costado del camino le harían eso también a usted.

Todo ese tiempo había transcurrido desde que Debbie había visto a su hermano. Nunca lo hubiera vuelto a ver a no ser por dos hechos. El primero fue la construcción de un negocio de compra y venta de autos en el lote vacante donde vivía Eric. El segundo fue un severo dolor en su abdomen. El negocio de compra y venta le quitó la casa. El dolor casi le quita la vida.

Lo encontraron hecho una bola a un costado del camino, agarrándose el estómago. En el hospital descubrieron que tenía cáncer. Cáncer terminal. Unos pocos meses y estaría muerto. Sin familia ni parientes conocidos, moriría solo.

El abogado que nombró la corte no podía dejar de pensar: «Seguramente alguien está buscando a Eric». Por eso peinó la Internet en busca de alguien que estuviera buscando a un varón adulto, de pelo castaño, de apellido Hill. Así fue como Debbie lo encontró.

Su descripción parecía coincidir con su memoria, pero ella tenía que estar segura.
Así que Debbie vino a Texas. Ella, su esposo y dos hijos alquilaron una pieza de hotel y se instalaron para ver a Eric. Por el momento, le habían dado de alta del hospital, pero el capellán sabía dónde estaba. Lo encontraron sentado al pie de un edificio, no lejos de la interestatal. Se aproximaron, él se paró. Le ofrecieron fruta; él la rehusó. Le ofrecieron jugo; declinó. Fue gentil pero indiferente ante aquella familia que decía ser la suya.

Su interés apareció, sin embargo, cuando Debbie le ofreció un broche para que se lo pusiera, un broche con un ángel. Él dijo que sí. La primera oportunidad que tuvo de tocar al hermano en dieciséis años fue cuando le puso el broche del ángel en la camisa.

Debbie tenía la intención de permanecer una semana. Pero pasó una semana y se quedó. Su esposo regresó a su casa, y ella se quedó. Pasó la primavera y llegó el verano, y Eric mejoraba. Debbie alquiló un apartamento, empezó a dar clases hogareñas a sus hijo y trató de ganarse a su hermano.
No fue fácil. Él no la reconocía. No sabía quién era. Un día la maldijo. No quería dormir en el apartamento de ella. No quería su comida. No quería hablar. Quería su lote vacío. Quería su «trabajo». Después de todo, ¿quién era aquella mujer?
Pero Debbie no se rindió ante Eric. Se dio cuenta que él no entendía. Por eso se quedó.
La conocí un domingo cuando visitaba nuestra congregación. Cuando relató su historia, le pregunté lo que usted desearía preguntar. «Cómo se las arregla para no darse por vencida?»
«No me es problema», dijo. «Es mi hermano».
Le dije que su búsqueda me recordaba otra búsqueda, que su corazón me recordaba otro corazón. Otro corazón bondadoso que deja la casa en busca del confundido. Otra alma compasiva que no puede soportar que un
hermano o hermana esté en aflicción. Como Debbie, salió de su casa. Como Debbie, encontró a su hermano.
Y cuando Jesús nos encontró, nosotros actuamos como Eric. Nuestras limitaciones no nos permitieron reconocer a quien venía para salvarnos. Dudamos de su presencia y a veces, todavía lo hacemos.
¿Cómo trata Él nuestras dudas? Nos sigue. Como Debbie siguió a Eric, Dios nos sigue. Se dedica a nosotros hasta que finalmente lo vemos como nuestro Padre, aun si esto toma todos los días de nuestras vidas.
«Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, y en la casa de Jehová moraré por largos días» ( Salmo 23.6 ).
Esta debe ser una de las frases más dulces jamás escrita. ¿Podemos leerla de otras traducciones?
«La bondad y el amor inagotable me seguirán todos los días de mi vida, y moraré en la casa del Señor por largos días».
«Yo sé que su bondad y amor estarán conmigo toda mi vida; y su casa será mi casa tanto como yo viva».
«Su bondad y amor me siguen cada día de mi vida. Estaré de regreso en la casa de Jehová por el resto de mi vida».
Leer el versículo es abrir una caja de diamantes. Cada palabra destella y pide ser examinada y confrontada con nuestras propias dudas: bondad, misericordia, todos los días, morar en la casa del Señor, por siempre. Son palabras que barren con las inseguridades como un escuadrón bien entrenado que cae sobre un terrorista.
Observe la primera palabra: Ciertamente. David no dijo, «Tal vez el bien y la misericordia me seguirán» o «Posiblemente el bien y la misericordia me seguirán» o «Yo tengo el presentimiento que el bien y la misericordia me seguirán». David podría haber usado una de estas frases. Pero no lo hizo. Él creía en un Dios seguro, quien hace promesas seguras y provee un fundamento seguro. David habría amado las palabras de uno de sus descendientes, el apóstol Santiago. Él dice que en Dios «no hay mudanza ni sombra de variación» ( Santiago 1.17 ).

Nuestro estado de ánimo puede cambiar, pero Dios no. Nuestra mente puede cambiar, pero Dios no. Nuestra devoción puede faltar, pero Dios nunca. Aun si nosotros somos infieles, Él permanece fiel, no puede negarse a sí mismo ( 2 Timoteo 2.13 ). Él es un Dios seguro. Y debido a que Dios es seguro, podemos estar confiados. «Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida».

¿Y que sigue después de ciertamente? «El bien y la misericordia». Si el Señor es el pastor que guía el rebaño, el bien y la misericordia son los dos perros pastores que guardan la parte trasera del rebaño. El bien y la misericordia. No el bien solo, porque somos pecadores en necesidad de misericordia. No la misericordia sola, porque somos frágiles, necesitados de bondad. Necesitamos de ambas cosas. Como alguien escribió: «Bondad para suplir todas las necesidades. Misericordia para perdonar todos los pecados. La bondad provee. La misericordia perdona». 1 El bien y la misericordia, la escolta celestial del rebaño de Dios. Si ese dúo no refuerza su fe, pruebe con esta frase: «todos los días de mi vida». Esta es una declaración inmensa. ¡Observe su tamaño! ¡El bien y la misericordia siguen a los hijos de Dios cada día! Piense en los días que hay por delante, ¿qué ve? ¿Días en casa con los pequeñitos? Dios estará de su lado. ¿Días en un trabajo monótono? Él caminará con usted. ¿Días de nostalgia? Él tomará su mano. Ciertamente el bien y la misericordia me seguirán no algunos, no la mayoría, no casi todos, sino todos los días de mi vida. Y ¿qué hará Él durante esos días? (Aquí está mi palabra favorita). Nos «seguirá». ¡Qué manera sorprendente de describir a Dios! Estamos acostumbrados a un Dios que se queda en un lugar. Un Dios que se sienta en el trono en el cielo y gobierna y ordena. David, sin embargo, veía un Dios móvil y activo. ¿Nos atreveremos a hacer lo mismo? ¿Veremos a Dios como alguien que nos sigue? ¿Que nos persigue? ¿Que nos sigue el rastro y nos alcanza? ¿Que nos sigue con su bien y misericordia todos los días de nuestra vida? ¿No es el tipo de Dios descrito en la Biblia? ¿Un Dios que nos sigue? Hay muchos en las Escrituras que pueden decirlo. No tiene que ir más allá del tercer capítulo del primer libro para encontrar a Dios en el rol de uno que busca. Adán y Eva están escondido entre los arbustos, en parte para cubrir sus cuerpos, en parte para cubrir su pecado. Pero, ¿espera Dios que ellos vayan a Él? No, las palabras resuenan en el jardín: «¿Dónde estás tú?» ( Génesis 3.9 ). Con estas palabras Dios comienza una búsqueda del corazón de la humanidad que continúa hasta el momento en que usted lee estas palabras. Moisés puede contarle sobre esto. Había estado cuarenta años en el desierto cuando miró atrás y vio una zarza ardiendo. Dios lo había seguido hasta el desierto.
Jonás puede contarle sobre esto. Era fugitivo en un barco, cuando vio sobre sus hombros nubes amenazantes. Dios lo había seguido hasta el océano.

Los discípulos de Jesús conocían lo que se siente cuando Dios nos sigue. Estaban mojados por la lluvia y temblando cuando miraron sobre sus hombros y vieron a Jesús que caminaba hacia ellos. Dios los había seguido en la tormenta.

Una mujer samaritana conoció lo mismo. Estaba sola en la vida y sola en el pozo, cuando ella miró sobre sus hombros y escuchó hablar al Mesías. Dios la había seguido a través de su dolor.

Juan el apóstol estaba desterrado en Patmos cuando al mirar sobre sus hombros vio que el cielo comenzó a abrirse. Dios lo había seguido en su destierro.

Lázaro llevaba tres días muerto y sepultado cuando escuchó una voz, alzó la cabeza, miró sobre sus hombros y vio a Jesús parado. Dios lo había seguido en la muerte.

Pedro había negado a su Señor y volvió a pescar cuando escuchó su nombre y miró sobre sus hombros y vio a Jesús preparando el desayuno. Dios lo había seguido a pesar de su fracaso.

Dios es el Dios que sigue. Me pregunto … ¿ha sentido usted que Él lo sigue? Solemos fallarle. Como Eric, no reconocemos a nuestro Ayudador cuando está cerca. Pero Él llega.

A través de la bondad de un forastero. La majestad de una puesta de sol. El misterio del romance. A través de las preguntas de un niño o la fidelidad de una esposa. A través de una palabra bien dicha o enseñada, ¿ha sentido usted su presencia? Si es así, despeje sus dudas. Manténgalas lejos. No deje que las dudas lo sigan estorbando. Usted no es candidato a la inseguridad. Usted no es un cliente a la timidez. Usted puede confiar en Dios. Él le ha dado su amor; ¿por qué no le da a Él sus dudas?
¿Dice que no es fácil confiar? Tal vez no, pero tampoco es tan difícil como piensa. Pruebe las siguientes ideas:
Confíe en su fe y no en sus sentimientos. ¿No se siente espiritual todos los día? Por supuesto que no. Pero sus sentimientos no tienen impacto sobre la presencia de Dios. En los días que no se sienta cerca de Dios, confíe en su fe y no en sus sentimientos. El bien y la misericordia lo seguirán todos los días de su vida.

Mida su valor por los ojos de Dios, no a través de los suyos . Para todo el mundo, Eric Hill era un vagabundo del montón. Pero para Debbie, era su hermano. Hay tiempos en la vida cuando andamos como vagabundos, desorientados, sin misericordia y sin amor. En aquellas situaciones recuerde este simple hecho: Dios lo ama. Lo sigue. ¿Por qué? Porque usted es su familia, y Él lo seguirá todos los días de su vida. Vea el cuadro completo, no una parte . A Eric le quitaron la casa. Le quitaron la salud. Pero por medio de la tragedia le devolvieron su familia. Tal vez su casa y salud se han visto amenazadas también. El resultado inmediato podría ser el dolor. Pero el resultado a largo plazo podría ser encontrar un Padre que usted nunca conoció. Un Padre que lo seguirá todos los días de su vida.
A propósito, el último capítulo en la vida de Eric Hill es el mejor. Días antes de que muriera, reconoció a Debbie como su hermana. Y reconoció su casa. Como Eric, hemos dudado de nuestro Ayudador. Pero como Debbie, Dios nos ha seguido. Como Eric, abandonamos rápidamente. Pero como Debbie, Dios es lento para airarse y determina quedarse. Como Eric, no aceptamos los dones de Dios. Pero como Debbie, Dios nos los da de todos modos. Nos da sus ángeles, no prendidos en nuestra solapa, sino en nuestro camino. Y lo mejor de todo, Dios se da a sí mismo. Aun cuando preferimos nuestra casita antes que su casa y nuestra basura antes que su gracia, Él nos sigue. Nunca nos fuerza. Nunca nos deja. Persiste pacientemente. Está presente fielmente. Usando todo su poder nos convence que Él es el que es, y que podemos confiar en que nos llevará a la casa. El bien y la misericordia nos seguirán todos los días de nuestras vidas.

Dios es amor.





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